Te veo entrar y, espontáneamente, me sale un suspiro de felicidad, de tranquilidad. Por fin estás ahí, a mi lado. Y te sientas y me siento orgulloso de poder arrodillarme ante ti y besar tus pies y descalzarte. Y me gusta estar así, en posición sumisa, esperando tus instrucciones, tus deseos, ver tu mirada y saber lo que necesitas.
Y quiero entregarme a ti y adorarte y no me importa privarme de los placeres que sea con tal de servirte, y servirte más y mejor cada día. Deseo que me pongas ese cinturón de castidad del que me hablas para prescindir de mis placeres y volcarme en los tuyos todo lo que pueda. Canalizar todo ese deseo en servirte, en adorarte, en entregarme, en sufrir por ti si es necesario. Mi cuerpo tendrá que sufrir para que mi mente alcance, místicamente, una total devoción por ti y entrega a ti.
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